martes, 22 de noviembre de 2011

Soy lo que seré mañana



Se llamaba Emérito, nombre que le sentaba como un traje a medida. De porte distinguido, no pudo ir a ningún colegio pero tenía las respuestas a muchas preguntas antes de poder leerlas en los libros. Y poseía la capacidad de saber como era una persona observando tan solo su forma de caminar. Bajo sus ojos caídos y su rostro maquillado por la edad, asomaba un hombre maravilloso. Con El paso de los años fue menguando pero sus manos seguían tan grandes como siempre y su nariz continuaba creciendo, como su grandeza.

Si le preguntaban por su salud su respuesta era siempre la misma:
_¡Estoy como un chaval!. A sus ochenta y dos años, jamás se quejaba.
_Si les cuentas a los demás tus achaques,_solía decir, _ también tú te escuchas y te crees lo que oyes. Yo no dejo que eso pase y tú deberías hacer lo mismo.
_Pero, abuelo. _Es que yo estoy bien, bien de verdad._le contestaba, incrédula por su respuesta.
_¡Y yo, hija, ¿no te digo que estoy como un chaval?.
_Entonces, ¡no eres sincero!, replicaba yo insistente. Tomas un montón de pastillas, cojeas y tu voz se torna agitada al caminar.
Pero mi abuelo no era fácil de convencer y para él mantener una actitud positiva ante la vida, ver "el vaso medio lleno", hacía que esta resultase mucho mejor de lo que la realidad mostraba.

Deseaba que él me enseñara cuál era el secreto para adivinar cómo eran los demás. Solía decirme:
_Contigo he podido volver a la niñez. He vivido dos vidas, mi preciosa María, al verte crecer a mi lado. Y he aprendido mucho de ti.
Para mí no había mejor programa de televisión que vigilar con él el puente Romano y adivinar juntos el sentir de los que lo cruzaban.
_Ver a los demás solo requiere tiempo, pequeña, ese que a ti te falta para hacer todo lo que quieres y que a mí ya me sobra.
_Mira, _Me decía con voz queda. _ Esa mujer que se acerca cabizbaja lleva sobre sus hombros tal preocupación que no la deja levantar cabeza. Necesita escuchar un poco de música rockera, ¿No crees?. Mi abuelo amaba la música. Decía que era pura medicina para el cuerpo y la mente. Y, como no podía mover los pies, meneaba la cabeza y las manos al compás.
_¿Como sabes todo eso, abuelo?, le preguntaba asombrada.
_Basta con saber mirar, hijita. Y si quieres conocer a alguien un poquito más el siguiente paso es saber escuchar.
_Si preguntaras a alguien como se siente los días grises de lluvia y te contestara suspirando:"_ Mal, me deprimen y entristecen. Me invade la melancolía; odio los días lluviosos".
Y, al hacer la misma pregunta a otra persona esta te dijera; "_Muy bien, me encanta el sonido de la lluvia y pasear por la calle con ese olor a fresco que inunda y lava cada rincón como si hoy tocara limpieza general."
Tan solo por sus respuestas podrías saber, al menos, la actitud que cada uno toma ante el mismo acontecimiento.
A veces no son las respuestas sino las preguntas las que te muestran los intereses de una persona. Alguien que quiere saber cuál es tu signo del zodiaco probablemente esté interesado en la astrología; si te pregunta qué sientes en este mismo instante, entenderás que ella misma se guía más por los sentimientos que por la razón. Y si te invita a una copa,_ añadía con sonrisa socarrona_ seguro que le gustas y quiere conocerte más.
Lo cierto es que, aunque tiñera de sencillo lo extraordinario, mi abuelo tenía un don especial, una manera de ver y sentir el mundo que te hacía querer ser como él, sin dejar de ser tú misma.
Era un hombre tan vital que murió mientras vivía. Simplemente se le incendió el corazón al haberle usado mucho tiempo. Se fue tal y como deseaba hacerlo:ligero de equipaje, solo con lo que un hombre puede llevar consigo si naufraga en una isla desierta: Lo aprendido, lo disfrutado y el amor entregado. No me quedó nada por decirle pero si pudiera hablar con él seguramente mis palabras serían: _Te echo de menos, abuelo, pero sigo tus consejos: Sonrío a diario, bailo a días alternos; Disfruto de nuestro plato preferido, las sopas de leche, cada Jueves. He hecho ese viaje a Roma por los dos, espero ir pronto a esa pampa Argentina a la que viajaste, y que me describías tan fielmente, que al pisarla la sentiré recorrida. Y soy hoy lo que quisiera ser mañana, tal y como tú querías.

Por Libertad Pelayo.
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ESte Relato forma parte de mis "deberes". Asisto, por primera vez, a un taller de escritura en mi ciudad. A los participantes se nos planteó el siguiente reto: cada uno formulaba una pregunta(éramos diecisiete) y con las respuestas a esas preguntas intentar hacer un relato-retrato. Compartí con vosotros lo que surgió en mi mente.
Estas eran las PREGUNTAS :

1. ¿Qué tal andas de salud?
2. ¿Cuál es tu signo del zodiaco?
3. ¿Nos tomamos una copa?
4. ¿Qué quieres ser mañana?
5. ¿Qué sientes en este mismo instante?
6. ¿Eres sincer@?
7. ¿Cuál es tu plato favorito?
8. ¿En qué colegio te educaste?
9. ¿Cómo te sientes los días grises de lluvia?
10. ¿Volverías a la infancia?
11. ¿Qué país quisieras ver? ¿A qué país te gustaría ir?
12. ¿Ves el vaso medio lleno o medio vacío?
13. ¿Qué tres cosas te llevarías a una isla desierta?
14. ¿Dónde has viajado?
15. ¿Qué programas de televisión prefieres?
16. ¿Qué le dirías a un ser querido que ya no está?
17. ¿Te gusta la música?

Con la respuesta a estas preguntas construye un relato-retrato.

Gracias, amigos,  por seguir ahí.
Con amor.
Libertad Pelayo.


viernes, 11 de noviembre de 2011

El Otoño

"La belleza es la única cosa que el tiempo no puede dañar. Las filosofías se dispersarán como arena, las creencias se sucederán unas a otras como las hojas marchitas del otoño; pero lo que es bello representa un goce para todas las estaciones y una posesión para toda la eternidad."

(Óscar Wilde)

viernes, 4 de noviembre de 2011

En tus ojos azules


La sala era aséptica y gris. Al menos, así la sintió mi ánimo. Sentí frío, mucho frío. Tumbada en aquella camilla, cubierta tan solo con una sábana verde que parecía fuera a caerse al suelo en cualquier momento deslizándose por mi cuerpo desnudo, esperaba…


Solo unos minutos antes un hombre grueso me había cogido en brazos y me había depositado allí, bajo un gran plato circular cuajado de luces. Al parecer algún aparato impedía el paso de la cama con ruedas en la que yo viajaba, al lugar central de la estancia donde debía dejarme. Él, airado por las palabras que otro hombre vestido de verde le decía y convencido de que podría fácilmente con el peso de una mujer tan delgaducha, no dudó en solucionar aquel inoportuno problema llevándome “aúpas” como llevan a un niño a su cuna.

Es curioso como la memoria graba algunas situaciones de nuestra vida de tal manera que recordamos hasta el más mínimo detalle de esos momentos y nada del resto de ese día, de ese mes o incluso de aquel año. Así mi mente guarda cada instante de esos breves minutos antes de aquella intervención.

No puedo precisar el tiempo que permanecí sola. Esperaba, al llegar a aquel lugar, escuchar el ruido del ir y venir del equipo preparándolo todo. Como había visto en la TV. Imaginaba a los médicos dispuestos junto a la camilla, con las manos levantadas, enfundadas en guantes de látex, esperando mi llegada para comenzar la operación rápidamente. No fue así.

Me viene a la memoria, como una secuencia de una película que se repite una y otra vez, aquel olor a lejía y a medicinas. El dolor intenso producido por el celador al levantarme ambos brazos y quitarme el camisón, ignorando que tenía partida la clavícula, se unía ahora al dolor continuo que sentía en la cabeza. Abotargada por las medicinas y temblando por el ambiente gélido, no acertaba a reconocerme. Desnuda, sin perfume, sin maquillaje y sin la melena cubriéndome la cabeza y los hombros- aquella melena que era parte de mí, de mi personalidad, la imagen de mi misma-, me sentía totalmente indefensa. Todo lo que yo era parecía haber desaparecido desde aquel accidente, junto a la felicidad y a la alegría.


La idea de que me tuvieran que abrir el cráneo y hurgar en su interior para quitar aquel dolor y aquella opresión que hacían peligrar mi vida no me convencía. Suponía que era como quien intenta matar una mosca a cañonazos. Demasiado agresivo y peligroso como para surtir efecto.

Pero no tuve elección. Aterrada por la idea de que fuera solo mi cuerpo el que sobreviviera a todo aquello, que mi alma, mi conciencia, escaparan de su jaula al abrirse de aquella manera, sufría quedamente, sin sollozos, manteniéndome a la espera de lo que sucediera…

Me asustaba tanto la idea de morir por dentro y seguir con vida sin sentir, sin hablar, sin oír, sin querer y sentirme querida que la idea de no superar la operación me parecía una buena solución. Si pudiera dejar esta vida sin causar sufrimiento a mis hijos por su pérdida, la muerte no supondría para mí angustia pero la idea de que ellos se quedaran sin madre me producía tal tristeza que apenas me dejaba respirar. Además el temor a lo desconocido también me angustiaba. Una lluvia de terribles pensamientos me calaba hasta los huesos.

Mis lágrimas caían sin fuerzas. Me sentía completamente abandonada. Deseaba que algo ocurriera. Mis temblores se volvieron convulsivos. ¿Dónde se fueron todos? De pronto sentí un roce en mi mano. Abrí los ojos y te miré asombrada. Estabas de pie junto a mí y con tu mano acariciabas la mía.
Totalmente vestida de verde, cubrías tu rostro con una mascarilla que solo me permitía ver tus ojos. Me dijiste.” Tranquila, todo irá bien, abandónate”. No solo recuerdo cada palabra; Tu manera de expresarte, con tanta ternura y serenidad provocó en mí una sensación de paz difícil de explicar.

Sonreías. No ver tu rostro no me impidió saberlo. Te miré a los ojos. Eran azules, de un azul tenue como el cielo en primavera, entre el gris del invierno y el intenso azul de Julio. El contacto de tu mano y tus breves palabras llenas de esperanza me tranquilizaron. Dejé de tiritar y, ajena a lo que ocurría a mí alrededor, y con la mirada bañada en lágrimas quise decir algo pero no pude.

Solo podía ver tus ojos. Encontré belleza en un lugar donde no había nada bello. Parecías decirme“-Dáme la mano” en el momento que un tremendo calor recorrió mis venas. Entonces ocurrió. En un instante el dolor desapareció. Sentí un agradable calor, como el de los atardeceres en los días de verano. Una luz tenue brillaba a mí alrededor. El cuerpo no me molestaba, me sentía ligera y tranquila, no había ruido, solo sentí la calma y la paz que ansiaba. Fue entonces cuando supe que nada malo iba a pasarme, que nadie podría ya hacerme daño, que no debía temer, lo desconocido se hizo conocido y dejé de tener miedo.

Tus ojos fueron la gran ventana que se abrió ante mí para mostrarme aquel hermoso día claro. Sentí una apacible voz llamándome, sin gritar, callandito:”-Venga, no te quedes ahí parada, siente tus alas a tu espalda y vuela, yo estaré contigo”.
No estaba sola, nunca había estado sola. Como explicar lo inexplicable. Supe que no debía preocuparme por mis hijos, que ellos eran eternos, que siempre estaría junto a ellos, pasara lo que pasara. Les vi sonriendo y felices.

No recuerdo que pensara fuera aquel lugar la antesala al más allá. Estaba tan a gusto y con tanta paz que no me importaba haber muerto. Sin dolor, sin sufrimiento, sin lágrimas, pasé a formar parte de aquella armonía, de aquella paz que me invadía, y a la que me unía para formar un todo más grande aún.

Sonreía sin preguntarme, sin preocuparme de nada, solo disfrutando de tanta belleza cuando sentí nuevamente un dolor agudo. Cerré los ojos un momento y, al abrirlos de nuevo, sentí mi pesado cuerpo aprisionándome. Sentí nauseas, dolor. Pronto me di cuenta que estaba en el hospital de nuevo. Tuvo que pasar un tiempo para que pudiera comprender por qué tuve que dejar aquel profundo bienestar y volver de nuevo.

No volví a encontrarme con tus ojos. No pude preguntarte, no pude agradecerte, pero nunca te olvidaré.

Gracias por tu amabilidad, gracias por tus ojos que me ayudaron a volar, gracias por seguir guiando a las demás personas perdidas como yo.

Podrías pensar, creer ser solo una enfermera o una anestesista haciendo su trabajo. Sé que instruida en la ciencia de la medicina, podrías razonar que fue la anestesia la que me sumió en aquel maravilloso sueño. Que no tengo nada que agradecerte, que tus ojos ni son tan azules ni pueden llevar a ningún sitio.

Pero creo que tú sabes, por el contrario, quien eres, conoces ya lo que yo supe entonces, no albergas duda de lo que somos, de que llevamos la divinidad en cada célula de nuestro cuerpo, en todo nuestro ser.
El amor, la paz que me transmitiste, anida en ti. No importa si estás en el momento de darte cuenta o no, eres especial y estás en el sitio oportuno para hacer aquello para lo que viniste al mundo.

Me diste la quietud que mi espíritu asustado anhelaba. Ahora sé que existen personas como tú que regalan a los demás esperanza y que nos recuerdan que no estamos solos.

En tus ojos azules encontré a Dios, al ser de luz del que todos estamos hechos. Diariamente Él nos habla, nos hace saber que no hay razón para preocuparnos.”Abandónate, me dijiste… Así, Él“me llevó en brazos” cuando no podía caminar sola.
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