jueves, 29 de abril de 2010

Compartiendo Primavera


Mientras admiraba el campo alfombrado de margaritas y el olor de la primavera entraba sin llamar en mi alma, una extraña sensación entró también, sin llamar a la puerta y la tristeza empañó mis ojos.


Bajé al jardín para contemplar de cerca a aquellas diminutas flores, que miraban al cielo, buscando alimento. Sin querer aplasté algunas pero recordé que una de las cualidades del amor es la entrega y que ellas ofrecen gratis su belleza como el árbol su sombra sin castigar al que las aplasta o corta porque no está en su naturaleza. Solo el hombre tiene esa capacidad; ellas simplemente florecen mágicamente y pueblan cada rincón del campo, animando al perezoso sol de Abril a que comience, de nuevo, a calentar. La primavera nos trae cada año un mensaje de esperanza. Nos muestra que los cambios son positivos, que la muerte del invierno es tan solo cambio y nacimiento al primer-verdor (la primavera).
Supe entonces qué ocurría. “Se lo está perdiendo-pensé-. Él me enseñó a sentir la primavera; a escuchar al petirrojo, a darme cuenta que el primer brote del Tilo anuncia que ya despierta la tierra, él… ¡él me enseñó lo que sé! Tomé aprisa mi cámara de fotos y retuve aquel instante. Corté con delicadeza un puñado de margaritas y, como una niña que ofrece un tesoro entre sus manos, corrí presurosa a entregárselo a mi padre enfermo.
Puse en una de sus blancas manos esta fotografía que veis; dejé caer en la otra las diminutas flores y le dije con infinita ternura: “¡Mira papá, te traigo la primavera!”.


Con amor.

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